Como homenaje a aquellos pioneros y para ilustración de la gente joven, sobre esta historia del TC.
Así eran las máquinas de los primeros años del Turismo Carretera en la
que los propios pilotos metían mano para hacerlas más veloces.
¿Era posible que un Ford o un
Chevrolet de la década del 40 pudieran desarrollar tanta velocidad? ¿Cómo
hacían? ¿Cuál era el secreto? Muchos, a su tiempo, se hicieron esa pregunta y
la generación posterior a esa época gloriosa del Turismo Carretera también
permanece con la incógnita.
Por entonces, las preferencias caían
en las cupé, tanto Ford como Chevrolet, fabricadas entre los años 1937/40. La
ventaja estaba en el peso porque había, más o menos, 100 kilos de diferencia
con los modelos posteriores. Más adelante, se optó por el Chevrolet 1946 o por
el Ford 42. Como primera medida el coche era desmantelado totalmente y con la
carrocería desarmada se estudiaba la manera de quitarle más kilos aún. La
carrocería era montada sobre el bastidor mediante soportes y escuadras de
planchuela de dimensión variable según la posición de la carrocería. Se
desarmaban las puertas eliminando los contramarcos, los mecanismos levanta
cristales y, por supuesto, los cristales que eran reemplazados por Plexiglás de
cuatro milímetros de espesor.
Para accionar las ventanillas se
colocaba una correa para subir o bajar el vidrio y las puertas estaban, por
dentro, aseguradas con cerrojos. Tanto el parabrisas como la luneta trasera
eran de cristal inastillable, ya que el Plexiglás atraía la suciedad
dificultando la visión. Del torpedo hacia adelante la construcción era de una
sola pieza, hecha en chapa de aluminio de 0,8 milímetros de espesor, asegurando
el capó por medio de dos correas que estaban amarradas al torpedo. Los
guardabarros delanteros eran fijados al capot y los traseros eran sólo una
aleta deflectora sobre el borde de la cavidad del pasarruedas. Para la cola
existían dos tendencias: algunos mantenían el diseño de fábrica, con la
excepción de llevar la tapa de baúl hecha en tela o aluminio, y otros adoptaron
las clásicas aletas verticales de deriva que en realidad obedecían más a
razones estéticas que de eficiencia, ya que el techo producía turbulencias que
reducían la eficiencia de las aletas como estabilizador aerodinámico.
Dentro del habitáculo se ubicaba el
tanque de nafta, que generalmente tenía una capacidad de 200 litros y encima,
un depósito adicional de agua de 50 litros, ambos construidos en chapa de
aluminio la mayoría de los casos, aunque algunos se inclinaron por el hierro
galvanizado y otros por el plástico reforzado (poliéster-vidrio). Los asientos
eran confortables, construidos en chapa de aluminio del tipo cubeta. Sobre el
piso del baúl se fijaban argollas que servían para afirmar las dos ruedas de
auxilio.
SUSPENSIÓN
Un auto de carrera que se desplazaba a más de 200 kilómetros por hora de velocidad
debía salvar, con efectividad, todos los accidentes de los caminos por donde
entonces se transitaba. En una palabra, se endurecían las suspensiones,
reduciendo el período de oscilación, a cuyo efecto, tanto en el elástico
delantero como en el trasero se colocaban dos hojas extra, una por encima de la
hoja maestra, tomando parte de los ojales extremos como medida de seguridad, y
otra por debajo. Así se aumentaba la velocidad de acción y reacción elástica de
la ballesta, pero como esa mayor energía elástica requería una enérgica y
rápida amortiguación de las oscilaciones, se agregaba un amortiguador más por
rueda. Un dispositivo interesante era el estabilizador dinámico que se colocaba
en la cola del coche, a los efectos de evitar la “coleada” en los virajes.
DIRECCIÓN
En las dos marcas tradicionales (Ford y Chevrolet), el sistema de dirección no
experimentaba variantes. Para la pista se utilizaba un mecanismo de dirección
con la menor desmultiplicación posible, mientras que en la ruta lo mejor era la
desmultiplicación original. Como el número de competencias en ruta era mayor
que el que se corría en pista, gran parte de los pilotos mantenía el mecanismo
original de dirección, aunque era factible variar fácilmente, dentro de ciertos
límites, la desmultiplicación. Para ello bastaba cambiar el brazo Pitman
original por otro más largo para reducirla, tornándola más directa y con rápida
respuesta, aunque exigía más esfuerzo por parte del piloto.
FRENOS
A excepción de la cupé de los años 32/34, los Chevrolet traían de fábrica
frenos hidráulicos, mientras que Ford recién los incorporó a partir de 1939.
Pero de todas maneras, en ambas marcas era necesario hacer una reforma general
del sistema de frenos para adecuarlo a las condiciones de trabajo que exigía un
auto que corría a velocidad elevada. El Chevrolet llevaba campanas de 11
pulgadas de diámetro, tanto en las ruedas delanteras como en las traseras. El
mejor sistema lo usaba Oscar Gálvez, que colocó campanas especiales de aluminio
ya que la capacidad de este material para disipar el calor generado en las
frenadas era importante. Pero de cualquier manera, se tenía especial cuidado en
lograr una buena ventilación, perforando el plato porta-patines o bien
agregando deflectores de chapa para guiar el aire al interior de las campanas y
luego, en su salida de ellas.
En cuanto al sistema hidráulico,
Chevrolet traía bomba maestra de una pulgada, mientras que en las ruedas
delanteras se empleaban cilindros de 1 3/16 y de 1 1/4 de pulgada en las
traseras. Ford, por su parte, utilizó bomba maestra de 1 1/16 de pulgada y
cilindros de doble diámetro de 1 y 1 3/8 de pulgada, respectivamente, para
adelante y de 1 y 1 1/8 de pulgada para atrás.
MOTOR
De la buena preparación del motor dependía en gran medida la performance de un
auto de carrera, aclarando expresamente que, pese a tener importancia, no
constituía todo.
Para el agrandado de los cilindros se
efectuaba un alesado, a modo de aumentar la capacidad y para elevar la cantidad
de mezcla a introducir en los cilindros. En el reglamento se establecía que la
cilindrada de un motor preparado no debía sobrepasar los 4.072 cm3, excepción
hecha de los motores que ya venían equipados de fábrica con uno o dos árboles
de leva a la cabeza, en cuyo caso no podrían sobrepasar los 2.000 centímetros
cúbicos originales. El aumento en la cilindrada benefició al Chevrolet, que
logró un incremento de 522 centímetros cúbicos, mientras que Ford sólo admitía
una mejora de 152 centímetros cúbicos. La diferencia era notoria y se tradujo
en una amplia superioridad del “Chivo” (la mayor compresión resultante del
agrandado de los cilindros le proporcionaba mayor capacidad de aceleración
debido al tamaño de sus pistones). Por eso, el Chevrolet se destacaba en la
montaña, mientras que el Ford lo superaba en velocidad pura en terreno llano.
Oscar Gálvez metiendo mano a su auto.
La mayor compresión resultante del
agrandado de los cilindros podía aumentarse aún más si se reducía la cámara de
combustión por rellenado interior de la culata de cilindros. De este modo era
posible lograr relaciones de compresión de hasta 8,5 a 1. El rellenado de la
culata se practicaba por soldadura eléctrica, con electrodo especial para
fundición de hierro.
Tanto el múltiple como los conductos
en el block, para el caso de Ford, o en la tapa de cilindros del Chevrolet,
eran cuidadosamente pulidos, valiéndose de una piedra de eje flexible. Al
pulir, se evitaba la gran resistencia que la superficie rugosa ofrece al
desplazamiento del gas dentro del conducto, posibilitando una mayor velocidad y
un llenado superior. El tamaño de los conductos en el block o en las culatas
estaba íntimamente ligado con la sección de pasaje permitido por las válvulas,
ya que si esta última hubiera sido mucho menor, la reducción de sección habría
causado turbulencias que hubiesen reducido el llenado en mayor proporción que
la sección. La solución estaba en sustituir las válvulas estándar por otras de
mayor tamaño, fresando los ángulos del asiento hasta llevarlos a 30°.
Un árbol estándar estaba cuidadosamente
estudiado para un régimen normal de revoluciones, primando la economía en el
consumo y la suavidad en la marcha. Por lo tanto, el diagrama de levas era
modificado y las mejoras introducidas en el árbol de levas consistieron en
aumentar el cruce de válvulas y la alzada, variando los ángulos de reglaje de
la admisión y el escape.
La puesta a punto de los carburadores
era una tarea paciente y delicada. Tanto en los motores de seis como en los de
ocho cilindros, se producían diferencias entre los cilindros adyacentes en lo
que respecta a la dosificación de la mezcla, aproximándose recién a una
condición de igualdad justamente en coincidencia con el máximo torque, cosa que
sólo ocurría en un reducido intervalo de revoluciones del motor. Los ajustes de
carburación se lograban por sustitución de los difusores y gliceurs, en función
del tipo de combustible empleado, como así también del trazado geométrico de la
competencia. Si en el recorrido predominaban los tramos de velocidad, se
empleaba un glicer más grande y, además, se colocaban difusores de gran
diámetro.
Con el motor preparado para correr,
el sistema de escape influía notablemente, especialmente en los altos
regímenes, en los cuales el tiempo disponible para evacuar los gases
combustionados era muy reducido, aún a pesar del cruce de válvulas
proporcionado por el árbol de levas modificado. Al principio, en TC se usaba un
caño de escape de gran longitud ya que se consideraba que la inercia de la
columna de gases facilitaba la extracción de los productos de combustión al
abrirse la válvula de escape. En el Ford cada block tenía tres salidas,
correspondiendo la central a dos cilindros, por lo que era común emplear caños
cortos. El Chevrolet contaba con cuatro salidas por el lado izquierdo de la
tapa y de ellas, las dos centrales cada una a dos cilindros.
Una vez ejecutados los trabajos de
mecanización y adaptación de los diversos elementos del motor para lograr una
mayor performance, aún quedaba algo para proporcionar mayor reprise. Eso se
conseguía alivianando las piezas sometidas a movimiento alternativo o
rotatorio, con la finalidad de reducir en lo posible su inercia de movimiento
que se traduce en lentitud y pesadez.
El más elevado rendimiento del motor
se traducía en una mayor temperatura de trabajo, que más allá de ciertos
límites podía llegar a tener condiciones funestas para el motor si no se
arbitraban los medios para disipar el exceso de calor generado. Lo corriente
era usar un radiador más grande, por lo general multitubular, con cuatro hileras
de tubos, aumentándose la capacidad de agua del sistema mediante la
intercalación de un tanque adicional de 40 ó 50 litros, desde el que se enviaba
agua al radiador. La tarea de enfriar el motor no era privativa del sistema
refrigerante, sino que era compartida por el aceite lubricante que circulaba a
presión dentro del motor, absorbiendo calor de los elementos sujetos a
fricción, como los cojinetes y pernos, manteniendo la temperatura en límites
normales.
En cuanto a las cajas de velocidad,
se utilizaban las normales de fábrica. No obstante, algunos incorporaban una de
camión o bien la del Lincoln en el Ford. Para el diferencial, el Ford tuvo
ventajas sobre el Chevrolet por la gran variedad de relaciones que se escalaban
de la más veloz a la de mayor aceleración. En un trazado veloz como Tres
Arroyos o Necochea, en un día calmo, era posible usar una multiplicación de
3,27 a 1 y rodado 7,50x16, que era la combinación más veloz. Si en ese
escenario había viento lo mejor era la 3,54 a 1 con rodado 6,50x16, mientras
que para un camino por las sierras de Córdoba lo conveniente era una relación
3,78 a 1 con rodado 6,50x16.
Esto es, a grandes rasgos, lo que
hacían los grandes en aquella lejana época para conseguir, en base a un arduo
trabajo en el taller, un rendimiento que asombraba los fines de semana.
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